A mi mujer no le gusta que le fastidie
sus estrategias.
Encender velas a su paso por toda la casa es una de
ellas, ya lo sé, aunque finjo que no me doy cuenta, más que nada
por no desilusionarla .
Luego, la música suave, la cena en
intimidad, la sobremesa al amor de la lumbre, completan la liturgia
con el que intenta convocar el milagro cada noche.
O de no verlas.
Se niega a admitir el
desapego de los espejos .
Y yo no me atrevo a contarle que su peso
sobre nuestro lecho es apenas una huella liviana y helada, que con la llegada del amanecer se desvanece.
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