Totalmente absorta observaba el ir y venir de la gente a su alrededor.
Todos los día celebraba idéntico ritual ,se sentaba en el mismo velador y me pedía el mismo refresco:
- Un limón sin gas, por favor. Ah , y no le ponga cubitos de hielo.
Luego, mientras se lo bebía muy despacio, escrutaba detenidamente el movimiento de las bocacalles al tiempo que consultaba de vez en cuando su reloj. Al anochecer pedía la cuenta:
- ¿ Cuánto le debo? ¿ Uno cincuenta? Aquí se lo dejo. Gracias.
Después se marchaba sola, tan sola como había venido .
No me llevó demasiados días el llegar a la conclusión de que no aguardaba a nadie.
Tardé mucho más en comprender que, en realidad, cada tarde esperaba que alguien llegase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario