Ya no sé si regar las siemprevivas
o bordarme en la piel las iniciales
de todos mis ausentes.
Si abrillantar el horno
tarareando un lied desafinado
o aventar polvaredas de cenizas
donde pueda emboscarme
del amargo sabor de mis derrotas
o engañarlas
con la argucia de siempre
ponerme a hacer rosquillas de anís mientras escribo
algún nuevo poema
Quizás hoy me decida
a hacer lo necesario,
buscar,
-no todo está perdido en la memoria
que entre tinta y papel dormita en mis cajones-
buscar hasta que encuentre
la dosis de valor que me hace falta
para contarle en prosa mi verdad
más íntima a la rosa de los vientos:
Que no recuerdo el rostro que tenía
aquel que un día amé.
Cuando la tarde
no me imitaba aún, no era un suspiro,
prófugo de la luz.
Deshabitado,
ajeno,
diluyéndose
sin rastro de alegría o de tristeza
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