Pongo el despertador:
las diez y diez.
Una hora tan buena para otra
para abrir los ojos y avalar
que ya ha salido el sol,
que el mundo sigue ahí ,que tan temprano
todo su peso muerto deposita
sobre mis hombros
y toda la congoja
de vivir porque toca se remansa
en la mitad exacta de mi pecho.
Una hora tan buena como otra
para sentarse a ver como transita
la vida ante mi puerta
y pasa junto a mí sin detenerse.
Como yo me apalanco y me conformo
con soñar que acaricio sus hilachas.
Son ya las diez y diez,
una hora tan vacua con otra
para buscarle a tanto despropósito
un misterio congruente que redima
y explique el sinsentido .
Para sentir la fuerza con que nace,
al no poder hallarlo, el ímpetu del grito.
Para cantar más fuerte , hasta que quiebre
la voz todos sus timbres, con tal de amordazarlo.
Hoy son las diez y diez,
quizás mañana
serán las doce y veinte...
O las cinco cuarenta,
tanto da.
Una hora es tan buena ,
o tan mala,
o tan indiferente como otra
para los despertares que conocen
lo absurdo que resulta
su único propósito.
Esperar que se pare
el reloj
y que tiemble
un candil inspirado
por el temblor de un hálito invisible.
Mientras el caos vuelve a su rutina.
de hallar inútilmente el equilibrio.
Y en la noche se instalan,
perennes ,
los silencios.
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