miércoles, 12 de octubre de 2016

Paisajes familiares


En esa hora amable
en la que el Sol declina
y los pájaros vuelven a su nido,
paseo por las calles,
inexorablemente ensimismada
en buscar en las líneas que ha ido dibujando
el tiempo en el jalbegue
el mapa cabalístico que sepa conducirme
por senderos de olvido
hacia ninguna parte.

Son las calles de siempre,
esas que ya distinguen
el eco mis pasos
y saben por el modo de arrastrarse
qué rincones del alma
me duelen,
qué engranajes
del corazón están desajustados ,
igual que yo domino
el código que opera en cada esquina,
los olores que exhalan sus pasajes más sórdidos,
el color del plumaje
de todas las palomas que extienden su zureo
sobre los bulevares.

En mi deambular
me cruzo habitualmente  con otros paseantes
que también van buscando
poner tierra por medio con sus cavilaciones
o meditar a solas.

Muchos me reconocen,
lo mismo que yo a ellos,
y nos intercambiamos, entre gestos cordiales,
los saludos corteses
de rigor,
las preguntas
sobre temas triviales...
Después cada mochuelo regresa hacia su olivo
con su secreto a cuestas
y algo que podría decirse una sonrisa
dibujado en los labios.

No seré quien lo niegue,
es tan reconfortante transitar
espacios conocidos
rodeado de rostros familiares... 

A pesar de que tengo la certeza
que nadie me conoce.

Y que tampoco yo conozco a nadie

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