Yo
y mi
ombligo ridículo
en la
cima de un mundo creado a mi medida
que
sabe de miserias.
Tú, lo
que siento cierto
y más
imprescindible
porque
tiene en los labios la clave necesaria
para
saber con qué desprecio hirsuto
o con
cuánto dulzor inesperado
puede
sonar mi nombre.
Él y
ella,
los
otros,
los que
viven ajenos en sus ínsulas
que
acrecientan durmiendo en sus laureles.
Nosotros,
lo
imposible.
Vosotros,
la comparsa inexcusable
para
que no decaiga el espectáculo.
Ellos,
los que presiento
calor
al otro lado de un abismo
en
constante expansión
que
nunca mis palabras han logrado salvar.
Tantos
pronombres,
tantos...
Y todos
pertrechados con su bala.
Y
siempre en su diana, inerme, el corazón
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