¿ Y
esto era todo?
¿
Todo se queda en esto?
La
misma oscuridad
cegando
la mirada expectante por ver
un alba
diferente que debe conformarse
con contemplar la bruma
con contemplar la bruma
de un idéntico lunes repetido y lluvioso
de
este único invierno
Esa
mueca- sonrisa que me es tan familiar
como si
fuese mía
ensayándose
nueva ante el espejo
para
recomponer -trabajo de Penélope-
la
inconsistente máscara que corroyó la noche
con la
que escamoteo a los ojos del mundo
los
estragos del tedio.
El
mismo café amargo
con que
engañar las dos horas de sueño
que
casi siempre faltan,
la
misma sacarina
para
suplir- ! qué más quisiera ella!-
la
dulzura del todo necesaria.
El
semáforo plantado puntual
junto a
la misma esquina
- de habitual cerrado-
haciéndote
perder la vida que pasa a media cuarta
de tus
mismas narices,
como
siempre siempre en el último
minuto
y medio.
Los
mismos rostros,
los
mismos gestos,
las
mismas voces, las mismas inflexiones.......
Este
paisaje ya se lo conocen
mis
zapatos sin suelas y mis lágrimas.
El
carrusel ,
monocorde
a la par que enloquecido,
ya ni
divierte,
es
únicamente
un vértigo
que
está llegando al punto de la náusea.
Menos
mal que hay dolor,
bestia
negra,
el
yunque y el martillo
de la
monotonía.
Sobre
él,
como
quien danza a solas
desnuda
y de puntillas sobre ascuas
se
mantiene despierta y vigilante
la
esperanza-
! Qué
loca equilibrista
de
corazón ardiente!-
de que
este hoy que se me antoja eterno
cambie
en algo mañana.
El
dolor,
lo
ferviente
de su
ferocidad
es ese
clavo ardiendo que nos salva
de ser
carne insensible.
Que al
menos su inclemencia
aun
siendo siempre igual
a cada
rato punza con diferente saña.
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