Finge
el cristal
la
fría indiferencia con que espera
que
lo hiera la luz.
Quiere
obligarla
a
irse desangrando en manantiales
fugaces de
color, en los que fía
su
mutua redención.
Encierra la hermosura en sus entrañas
el
germen de un dolor, un oscuro presagio
de
la caducidad,
con
la que debe entrar en comunión,
que
nimba más su hechizo
y
la convierte en algo vital y codiciable.
Yo
siempre he deseado poseer
la
primordial esencia de la rosa
y
sé que no me basta
con
profanar la seda de sus pétalos.
Estoy a punto de rozar la espina
y
entera me estremezco ,dilatando el instante
de
la anticipación.
Pensando, enardecida,
si
acaso también ella , febril e íntimamente,
temblará
imaginando mi contacto.
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