El
espacio es adusto. Huele a invierno
y a
consunción endógena.
La
oscuridad se palpa,
el
silencio palpita;
la
soledad se vuelve una presencia,
gravamen
para el pecho dolorido,
y el
aire es un agónico presagio
de vida
disecada.
El
pedernal vomita su prodigio.
Llamarada
en la noche, seductoras
crepitaciones
cálidas, fugaces
promesas
de rubor, incandescencias
naranjas
y amarillas:
tentaciones
tentaciones
antiguas
de la frágil
carne
presa en sus límites:
atrapar
el instante, ser de una vez por todas
pavesa
ebria de música y color.
Pero en
esa frontera en que existir apenas
es un
suspiro huérfano, no queda
más
salvación que el vuelo.
Y
ocurrió una vez más lo impredecible.
El
fuego fue fracaso, nada pudo
contra
el tul de las alas,
se sabían
las
hijas predilectas de la luz.
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