sábado, 22 de abril de 2017

Carpe diem


Lo sabemos de sobra,
la eternidad no existe,
todo tiene un principio
y un final

Ni el misterio,
que nació para hacerse
testimonio intangible de aquello que no somos
y que ardemos por ser,
escapa de las leyes que nunca escribió nadie
y obligan sin piedad.

Carpe diem
nunca fue un mal consejo
y más cuando conocen
la flor por los presagios que ya llega el otoño
y el pájaro que quedan pocas brisas del Este
en que colgar su trino.

Dejar que se deslice
la lluvia de milagros que la vida regala
sobre nuestros instantes
como si fuese espuma,
contar las embriagueces
que alrededor nos bullen
y beberse despacio el sorbo de licor
que a veces nos escancian las ubres del ocaso.

Ofrendarnos al aire no nos sirve de nada.
Es mejor ser ofrenda el uno para el otro.

Y dejarse llevar
por el temblor y el pálpito
jugando a condenarse.

Intentar brujerías
por si acaso sirviesen,
exorcizar el cuerpo que tenemos más cerca
dibujando con mimo simbolismos lunares
y esperar con sosiego
a que nos deje el Sol

Y disfrutar unidos de aquel último
derroche de esplendor con que agoniza
detrás del horizonte

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