Cada
ameba se siente tan rara y singular
como
ningún ser vivo y empeña su existencia
en
idealizarse ,en la estulta creencia
de que
es ella la única pobladora del mar.
Cada
estrella del cielo se sabe un titilar
vacilante
y efímero, fulgor e intrascendencia
feliz
porque presiente que buscan su presencia
en la
noche unos ojos para poder soñar.
Y en
medio el desvarío del hombre que pretende
superarse
escuchando el sonido exquisito
que
improvisan sus tripas y descifrar su arcano.
Y
termina por ser un necio que suspende
la
asignatura básica, que a fuerza de erudito
nunca
el calor conoce que emana de otra mano .
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