Hay
tiempo para todo.
Para
andarse
perdiendo
por las ramas
en
busca de una esquirla
del
último cometa vagabundo,
para
ahogar el dolor cantando en alto
o regar
a placer las siemprevivas
Para
cebar anzuelos...
para
esperar que piquen las quimeras
que
brillan en el fondo tentador
del
este río revuelto y sin retorno
que
suele ser la vida.
Para
pescar el último
lucero
que se ha ahogado.
Para
desesperarse.
Para
reconciliarse con el incomprensible
absurdo
de existir
contemplando
un ocaso frente al mar
mientras
Philippee Jaroussky borda un aria.
O para
decidir que su profunda
herida
es suficiente.
Que ya toca morir.
A ser
posible, en paz.
Si es
que te dejan.
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