Si el
mar no fuese azul,
si el
mar no fuese ameno y rumoroso,
si el
mar no fuese inmenso
y
bravo,
e
indomable,
nunca
sería el mar.
Ni yo
habría sentido
esa
fascinación que me obligaba
a
intentar abarcarlo.
Sonsacarle
a sus
ritmos los secretos.
Presentía,
que hay
otras orillas más allá de los límites
de mi
pequeña y solitaria ínsula,
tendidas
a la luz,
doradas
y adoradas
por la
obsequiosidad del oleaje.
Siendo
,como soy, tierra, cautiva de lo sólido,
de
algún modo sabía
que
solo al entregarme apasionadamente
a
conquistar el agua
podría
liberarme.
Y debía intentarlo.
El riesgo era perder
las cuadernas del alma en el intento.
Soy una
barca vieja, fatigada
de
bregar con la brisa
a la
que ya no inspiran pasión los oleajes.
Que
dice entre suspiros el nombre de su puerto
y
recoge sus velas
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