Sí, ya
lo sé, no se desploma el cielo.
No es
suficientemente compasivo
para
poner remate a este derribo
que
hizo de mis días de férreo desconsuelo.
Le da
la espalda al gesto imperativo
con el
que en un níveo revuelo
pide
tiempo de tregua mi pañuelo
para
aliviar la angustia en la que sobrevivo.
Absorto
en su elevada peripecia,
persiste
en su bucólica y blanca ceremonia.
de
apacentar rebaños de nubes peregrinas.
Nuestra
humana tragedia la desprecia,
consiente
que con sádica y odiosa parsimonia
nos
vayan devastando las horas mortecinas.
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