Se nos
fueron muriendo todas las ilusiones
como
flores tempranas heridas por el hielo,
acaso
no pusimos el suficiente celo
en
proteger sus pétalos de roces y abrasiones.
O
quizás nos ganamos la ojeriza de un cielo
amarillo
de envidia ante las bendiciones
que el
amor nos brindaba y las delectaciones
que con
solo mirarnos propiciaba el martelo.
Aunque
lo más probable es que es solo un camelo
el
querer que perdure y que todos sus dones
están
predestinados a servir de escarpelo.
Como
esquirlas brillantes de un quebrado espejuelo
que
inocentes se clavan en nuestros corazones
y le
ofrecen su fruto granado al desconsuelo.
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