Ni los
hielos la inmutan,
ni la
lluvia desgata su alabastro,
ni los
vientos consiguen despeinarla.
Pero no
permitáis que os engañe
el
porte pétreo
y el
gesto inalterable de la estatua.
Tan
solo es que ha tenido que adaptarse
por
fuerza a la intemperie.
Pero
ahí, en su pecho,
guarda
un nido
donde
en silencio medran mil crisálidas.
Esperan
dormitando
que el
clima lo permita,
y una
tibieza en el ambiente invite
a dejar
la clausura
para
entregarle al aire el colorido
alegre
de sus alas.
Nunca
nadie sabrá
de
dónde vino ese jubiloso
deflagrar
festivo.
Y es
que a la piedra sobria
nunca
se le dio bien publicitarse
ni
ponerse laureles.
Es un
secreto más
de los
que ,dicho a voces,
se
pierde y se acalla
entre el tropel de estrépitos que nos regala el mundo
entre el tropel de estrépitos que nos regala el mundo
De los que solo intuyen
los que
buscan la esencia que sospechan
que atesoran las cosas
Los que
son más sensibles,
los que
miran
con
los ojos del alma.
Los que
ven que las piedras
tiritan
cuando sienten
posarse
sobre ellas una mirada cálida.